

Ubicación Geográfica
El pueblo se localiza en los departamentos de Córdoba, municipio de San Andrés de Sotavento, y el Urabá Antioqueño, municipio de
El Volao. También hay pequeños asentamientos en Antioquia, Chocó, Sucre y sur de Bolívar.
Población
Localizados en un perímetro de 16.796 hectáreas, la población Zenú está por el
orden de las 33.910 personas.
Cultura
Gracias a la fuerte influencia colonizadora, que literalmente avasalló la etnia, los rasgos culturales del
pueblo Zenú se perdieron. Se sabe que fueron excelentes orfebres y tejedores; también sobresalieron por su asombroso manejo de la
ingeniería hidráulica en una zona que se caracteriza por su alto nivel de pluviosidad y de inundaciones. El pueblo Zenú construyó
un complejo sistema de canales que llegó a cubrir 65 mil hectáreas entre los ríos Sinú y San Jorge. Los investigadores coinciden
en señalar que el sistema funcionó casi dos mil años.
La sociedad estaba dividida en tres sectores dominados por miembros de una misma familia. El sector de
losFinzenú, ubicado sobre el río Sinú, estaba dedicado al tejido y la cestería; los Panzenú, localizados sobre el
río San Jorge, producía los alimentos; y los Zenufana, ubicados entre los ríos Cauca y el Ncehi, trabajaron la
orfebrería.
Dentro de los rituales cabe destacar las ceremonias de muerte, conocida como el festival funerario, que realizaban
los Finzenú. "Primero se celebraban las vísperas y se preparaba todo lo indispensable, entre lo cual la chicha era indispensable. En la
noche se hacia una procesión acuática, en la que el cortejo fúnebre desfilaba por el río. En embarcaciones adornadas iban los
mohones (médicos brujos) y los gobernantes, cuidadosamente ataviados y con cocuyos sobre las cabezas. Concluía la ceremonia con el entierro de
un túmulo artificial cuya altura dependía de la calidad del muerto. El cadáver se colocaba con la cabeza hacia y luego todos pisaban la
tierra sobre la fosa y se bailaba sin parar; la cacica y el mohán dirigían el entierro y ordenaban repartir la comida y la bebida. Al acabarse
la chicha, se sembraba una ceiba sobre el montículo.
"La vida y la muerte era un solo viaje para los zenúes, quienes creían que la corriente los
arrastraba por el gran río de la vida que desembocaba en el río de la muerte. El mundo que atravesaba ese río era similar al que ellos
utilizaban, lleno de canales que regaban tierras fértiles cubiertas de árboles con flores y frutas de oro. Los zenúes no le
temían a la muerte. Cuando alguien moría se enterraba su cuerpo en medio de una fiesta".
Vivienda
Aunque en la actualidad ha incorporado elementos tradicionales de la vivienda "blanca", antiguamente los
Zenú vivieron en casas construidas sobre plataformas artificiales, localizadas en las orillas de los caños. En los extremos de las plataformas
enterraban a sus muertos.
Organización Socio-política
Políticamente, el pueblo Zenú está organizado a través del cabildo locales, en un
proceso bastante complejo caracterizado por las ansias de reorganización, pues la mayoría de comunidades no mantiene una unidad territorial. En
ese sentido, en las regiones de Sucre y Córdoba las comunidades se encuentran agrupadas alrededor del Cabildo Mayor del Resguardo de San Antonio de
Sotavento. En la zona del Alto San Jorge, funcionan los cabildos locales. Las comunidades organizadas están asociadas a la Organización
Indígena de Antioquia.
Lengua
No se conserva su lengua.
Sistema de Producción
La principal actividad productiva del pueblo Zenú se concentra en la
horticultura, la que combina con la crianza de animales domésticos. Se cultiva plátano, yuca, fríjol, ñame, cacao, malanga, entre
otros. La actividad agrícola está destinada básicamente a la subsistencia y autoconsumo de la comunidad. En los departamentos de
Córdoba y Sucre, donde la tierra es propiedad de terratenientes, es frecuente que el indígena se emplee como asalariado en fincas. El problema
de la tierra ha sido una constante dentro de la etnia, pues las presiones de los terratenientes choca los intereses de reorganización del pueblo
Zenú.

ASÍ ÉRAMOS LOS ZENUES
América fue poblada hace miles de años por gentes que venían del Asía. Con el tiempo se formaron muchos grupos diferentes. Cada
grupo hablaba su idioma y disponía de su territorio. En las llanuras del caribe y en los Valles de los ríos San Jorge y Sinú se
instalación los Zenúes. Un niño Zenú nos va a contar como vivían.
Esta es la historia del oro y el agua dice el abuelo preparando la canoa. Vamos a cambiar oro por comida, ollas y mantas en Finzenú y Panzenú.
Coge tu remo y sube. El viaje será largo. Dice, empezando a remar.
Verás las grandes ciénagas de Panzenú llenas de peces que saltan hasta las canoas.
Verás todos los canales que arrastran el agua para que la tierra no se nos inunde y las sabanas del Finzenú que llegan hasta el mar, ese lugar
a donde va toda el agua del mundo.
Zenufana queda en un buen lugar, al pie de las montañas y en parte de las sabanas. Por eso nos llega el oro. Ayer estuvimos bateando en el
río. Siempre hacemos lo mismo y después separamos la arena hasta tener unos puñados del metal sagrado.

Nuestros antepasados le tenían miedo a la lluvia que inundaba estas hermosas tierras dice el abuelo, señalándome
los canales de Panzenú. Por eso aprovecharon el tiempo seco para cavar y cavar hasta construir esta inmensa red de canales. El agua alimenta la tierra
para que crezcan las plantas pero luego se enfurece y nos quita sus frutos.
Hace muchísimo tiempo el agua cayó del cielo días y noches sin parar. Cubrió esta tierra y todos tuvieron
que abandonar sus viviendas.

El abuelo dirige la canoa hacia la orilla. La detiene y me ordena bajar a tierra y treparme en un árbol, para que pueda
ver desde lo alto la inmensidad de este territorio. Al llegar a la copa del árbol una enorme bandada de garzas tapa el sol y se aleja dejando en
sombra el caño. Veo muchas casas, levantadas una detrás de otra sobre las dos orillas. La gente saca yuca o entierra semillas de zapote o de
otras frutas en las huertas detrás de las casas. Y los muchachos juegan, corren y se esconden entre los árboles y los matorrales. Un mono
colorado se aleja por donde sale el sol.

Allá lejos se alcanza a ver el dibujo de un esqueleto de pescado, hecho por un gran caño y por muchos canales que llegan a sus
bordes.

Pasan nubes de patos. Algunos se clavan en el agua. Muchas canoas suben y bajan por el caño.Los pescadores lanzan varas que trazan un arco en el aire
antes de ensartar un inquieto pez. Los silbidos de los arpones rompen el silencio. Cuando el sol se bebe el agua de los canales los peces nadan contra la
corriente para poner sus huevos más arriba.
En el tiempo seco se acercan distintos animales a calmar la sed. Los hombres salen a cazar. Aquí nunca falta la comida. Nos detenemos a
cambiar un poco de oro por hicoteas, venados y pescado.

Hay mucha gente por aquí. El pueblo debe quedar cerca. Nos gusta la yuca. Es fácil de cultivar, resiste el calor y
aguanta largo tiempo sin dañarse. Me encanta su sabor y he visto a mis parientes sembrarla con auyama y calabaza para que la tierra sea más
fértil y no haya tantas plagas. ¿Por qué no hay maíz aquí, abuelo? El maíz necesita tierras más tranquilas,
donde no haya períodos largos de inundación o de sequía. Aunque no hay maíz aquí, tenemos muchas plantas, muchos
alimentos. Mira esos árboles, mira los yucales. Mira como la naturaleza crece en estas tierras. ¿Quieres un poco de yuca cocida? me invita el
abuelo, desenvolviendo una hoja de bijao y ofreciéndome un pedazo.

El pueblo es un complicado laberinto. Las casas se levantan sobre las plataformas alargadas. Veo los túmulos funerarios en el
extremo de cada una. Allí están enterrados los antepasados de Los habitantes de la casa.
Los canales por donde nos movemos separan unas casas de otras. Mira, todo aquí, en Panzenú, es una mezcla de tierra y agua. La gente es como
las ranas y las tortugas, viven con placer en el agua y en la tierra.
De aquí es el hombre hicotea, mitad humano y mitad tortuga.
Me
señala el abuelo, mostrándome a la gente que saca tierra de los canales, amontonándola sobre las plataformas para proteger las casas
cuando venga el tiempo de las inundaciones.
Vamos a ver a unos parientes que vinieron a vivir aquí hace tiempo dice el abuelo. Nos reciben con alegría. Nos llevan hasta una
enramada donde se reúnen a hablar bajo la sombra. Nos dan vino de corozo y se arma el alboroto. Los muchachos me invitan a jugar. Me pierdo con ellos
hasta la hora de comer. Nos brindan deliciosas hicoteas asadas, yuca, pescado y frutas. Después nos llevan hasta la choza principal donde colgamos las
hamacas.
El cansancio me funde. Sueño navegando a través de muchos
canales, los peces de colores saltan a saludarme. Despierto con el canto de los pájaros. Como el viaje aún no termina, rápidamente
cargamos la chalupa con hicoteas, pescado ahumado, yucas y ñame. Me da tristeza dejar a los parientes, pero algún día volveré y
les traeré sombreros, esteras y chinchorros.

Unos días después aparece un paisaje nuevo. Ya no hay tanta agua. No hay canales. Alcanzo a ver un jaguar que se mete
entre el bosque. En nuestra tierra no tenemos los sembrados de algodón y maíz que aquí se dan por todas partes. Vemos grupos de hombres
y mujeres ocupados en distintas tareas.
Vamos a ver que pasa dice el abuelo dirigiendo la chalupa hacia la orilla. Nos cuentan que están preparándose para ir a un festival funerario
en Finzenú. Fermentan el maíz para la chicha y hacen ollas de barro con hermosos dibujos. Unas ollas son para la chicha que se va a tomar en el
festival. Otras, son para enterrar a los muertos. Me explica el abuelo. Cambiamos hicoteas y pescado por maíz y algodón y seguimos
adelante.
Llegamos a Yapel. Una ciudad grande, llena de bullicio y gente alegre que va y viene con canastos llenos de cosas. Las frutas, el maíz, la
caña y los troncos de sal, traídos del mar, crean colores de arco iris que, al cruzarse, producen otros colores. Llega gente de todas partes,
contenta de traer animales, tejidos, ollas y hermosas piezas de oro. Las cosas para usar y para comer son recibidas por los encargados de los graneros y el
oro y las ollas ceremoniales las van a llevar al festival funerario para que acompañen a los muertos. Todos viven ocupados, corren, van y vienen del
granero, entran con unas cosas y salen con otras. Todo el mundo ríe y habla. Como si fuera fiesta, Yapel es toda una maravilla.
Los del Finzenú son magos del tejido. Tocan el oro y se vuelve hilo para tejer. El barro en sus manos parece haber sido tramado, como si fuera
de fibra. Le bordan dibujos que sirven para distinguir a un artesano de otro El dibujo es el sello que se imprime en todo lo que hacen. La madre ha
enseñado ese dibujo a sus hijos. A ella se lo enseñó su madre. Mexión está junto a una ciénaga. Allí le
ofrecen al abuelo mantas, redes, sombreros, esteras y canastos. El abuelo les entrega algodón, caña y espartillo para que ellos puedan seguir
haciendo lo que saben.
En cada pueblo de Finzenú la gente trabaja una sola cosa. Si en Mexión todos saben tejer, en este pueblo todos trabajan el oro. Hay que ver las
cosas que salen del metal sagrado, brillante como el sol y capaz de hacer que la tierra nos entregue sus frutos. Hacen moldes de cera, los cubren con barro,
por un agujero le derraman oro derretido para fundir el molde y ya tienen
hombres y mujeres, pájaros, caimanes, micos y casi todos los animales.

Con alambre de oro hacen adornos a las figuras. La fina filigrana es famosa en todos Los Zenúes. El pueblo está lleno de viajeros que vienen de
todas partes para encargar a los orfebres alguna pieza de oro para llevar al festival funerario.
Me parece estar soñando cuando veo sobre una colina, un árbol bello y
frondoso con frutas que reflejan el sol. Nos acercamos y cuando intento coger una me doy cuenta de que es una campana de oro. Muchas campanitas cuelgan de
las ramas. Ahora vamos a llegar a Faraquiel. Todos los Zenúes vamos por lo menos una vez en la vida al templo que hay allí. Dice el abuelo. El
pueblo está lleno de gente. Casi todos van al festival y aprovechan la ocasión para visitar el templo. Hay música en las calles.
Entramos al inmenso templo a adorar a nuestros dioses. Los mohanes, nuestros sacerdotes, viven cubiertos de oro, hacen sus ceremonias y llevan a los
adoradores hasta el lugar de las ofrendas. Las estatuas doradas nos miran desde las paredes del templo. Parecen contentas de vernos colocar en la hamaca, los
animalitos de oro que el abuelo me entrega
Yo sabía que los tres gobernantes de las provincias del gran Zenú eran hermanos y que uno de ellos era la cacica del Finzenú, una
mujer adorada por sus dos hermanos. El Cacique Yapel ordenó que todos los Zenúes al morir debían ser enterrados aquí y si no era
posible, mandaran oro y ollas para ser enterrados en su nombre. De esta manera honraba la tierra gobernada por su hermana. Vamos a ver a Totó, la gran
cacica. Dijo el abuelo. Cuando entramos a una sala grande, la cacica se estaba bajando de su hamaca apoyándose en la espalda de una mujer muy joven.
Todas las niñas que hay aquí esperan con la cabeza hacia abajo que la cacica se apoye en ellas y así evitar que Totó tenga que
tocar el suelo desnudo. Nos acercamos y el abuelo postrándose ante ella, le entregó los regalos que habíamos estado escogiendo en la
mañana.

En Finzenú hay música por todas partes. Los músicos vienen y van. En el sitio del entierro los hombres cavan la tierra sin
parar. Ya está todo listo para el funeral. Por el río de los muertos llega el cuerpo del cacique que vamos a enterrar. Totó y el Moban
vienen adelante con sus cabezas cubiertas de cocuyos y a su lado viene el sucesor del muerto. En otras chalupas y balsas vienen las mujeres y los hijos con
comida y bebida y detrás todos los hombres y mujeres que fueron sus siervos. Luego vienen los caciques de menor importancia. Todos traen los tributos
de oro de otros gobernantes que murieron en sus tierras y no pudieron enterrarse aquí. El abuelo y yo nos unimos al grupo de los comerciantes para
ofrecer nuestro oro. Así empieza la ceremonia.

El festival funerario dura varios días. Al cacique lo entierran con la cabeza dirigida al oriente. Luego todos tenemos que
pisar la tierra que echan sobre la fosa. Bailamos sin parar. La cacica y el mohán dirigen el enterramiento y ordenan repartirnos comida y bebida.
Cuando se acaba la chicha, sembramos una ceiba en el montón de tierra y todo termina. aquí. El abuelo y yo nos unimos al grupo de los
comerciantes para ofrecer nuestro oro. Así empieza la ceremonia.
El abuelo con la emoción brillándole en los ojos y haciéndole temblar la voz, me dice: Mira, muchacho, la vida y
la muerte son un solo viaje. Vamos con la corriente que nos arrastra por el gran río de la vida. Desembocamos en el río de la muerte. Tal vez
el mundo que atraviesa ese río sea como el de aquí, lleno de canales que riegan tierras fértiles cubiertas de árboles con flores
y frutas de oro. Por eso en el Zenú no le tenemos miedo a la muerte. Por eso cuando alguien muere es enterrado en media de una fiesta. Apenas
terminó de decirme esto, el abuelo miró al cielo. Ya había entrado la noche. Cuando alcé la cabeza las estrellas se fueron
encendiendo una a una.
Orfebrería Zenú


La orfebrería de esta región conocida como Zenú o Sinú tuvo un largo desarrollo. Se encontraba ya
bien establecida y con características particulares entre el 500 d.c. y el 1000 d.c., época del auge de los zenúes.
Los hallazgos arqueológicos la ubican en este período, aunque
puede remontarse a años atrás. Existió hasta la Conquista Española, cuando los orfebres más especializados eran aquellos
del Finzenú y hoy día la tradición perdura en el Bajo Magdalena, específicamente en Mompox.
En la vasta zona de llanuras que comprendían el Gran Zenú se consolidó una orfebrería
característica por ser ostentosa, pesada, por el naturalismo en las representaciones de animales y por las narigueras y orejeras de filigrana fundida.
Tuvo gran importancia e influencia sobre zonas vecinas como la Serranía de San Jacinto.
La influencia de la orfebrería zenú se denota en aspectos
tecnológicos, formas y temas de los adornos procedentes de la Serranía. Las piezas son más livianas y pequeñas;
tecnológicamente predomina la fundición en tumbaga o cobre y el dorado, y la mayoría de las piezas presentan
corrosión.
La filigrana fundida fue utilizada en la Serranía, donde se distingue por una gran variedad de motivos decorativos que
se combinan para decorar orejeras de formas y tamaños variados.
Se encuentran variados colgantes que representan figuras
humanas esquematizadas y muy adornadas, algunas veces con mascaras zoomorfas, fundidas en tumbaga al igual que doradas. También son comunes los
colgantes con cara humana, cuerpo animal con aletas, conocidos localmente como “Hombre Langosta”.
La manufactura del oro en el Gran Zenú y su zona de influencia estuvo al servicio de gobernantes y sacerdotes; los
adornos reforzaban su prestigio. El trabajo del oro estaba relacionado con los asuntos religiosos y ceremoniales.
En la actualidad, el trabajo orfebre de Mompox en el Bajo Magdalena es el resultado de la combinación entre la herencia
indígena zenú y la influencia de las técnicas hispanoárabes introducidas durante la época colonial.

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